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Hace poco, un amigo del sector me sugería que, en los tiempos que corren, es posible aprender prácticamente cualquier cosa online. “Por lo menos cualquier cosa que no implique un trabajo manual”, puntualizó enseguida. Como no me apetecía discutir, dije que probablemente tenía razón. No fue hasta más tarde cuando reflexioné sobre su afirmación y me di cuenta de que probablemente no era cierto. De hecho, todavía nos queda mucho camino que andar antes de alcanzar esa utopía.
Hay diversos motivos para ello. Muchos están asociados a la naturaleza del tema, su “filosofía de aprendizaje” y la capacidad para medirlo. Cualquier profesor universitario de filología clásica o arte diría que no todo gira en torno al contenido, sino también a descubrir cómo aprender, preguntar e imaginar. Esto es indudablemente cierto. Pero, de vuelta al mundo real, encontramos razones todavía más profundas. Una de las más interesantes tiene que ver con el contenido en sí mismo, mucho del cual, incluso en la educación superior, se ha publicado desde siempre en el formato de libro tradicional. Y es en este formato en el que fundamentalmente pervive hoy en día, ya que las versiones online bien adaptadas de textos clásicos son todavía sorprendentemente poco habituales.
Por supuesto, existen motivos. Para empezar, deberíamos considerar las razones de las editoriales. Después de todo, como ellas mismas dicen, “si no está roto, ¿para qué arreglarlo?”. Son las propias editoriales las que generan la mayor parte de su negocio con la venta de estos libros, entonces ¿por qué cambiar una ecuación ganadora? Es más, cuando un libro se imprime una y otra vez, rebaja sus costes de forma significativa. Los defensores del aprendizaje tradicional también objetarán que la naturaleza de este tipo de libros es servir de material de consulta una y otra vez, y esto aumenta los argumentos a favor de las versiones impresas.
Pero cada vez hay más razones que apoyan la creación de nuevas versiones digitales e interactivas de los textos clásicos. El argumento implacable es que el acceso a la información online es ahora la norma, mientras que hacer que los estudiantes utilicen los libros es la excepción. El “e-learning tradicional”, denominado “pasa-pantallas” de forma despectiva, no ha aportado grandes novedades, lo cual dificulta un poco más su aceptación. Pero esto está cambiando rápidamente, como no podía ser de otra manera. Así, por ejemplo, aparecen soluciones que combinan textos escritos con vídeos, feedback y una completa experiencia de usuario para crear esos contenidos formativos, enriquecidos y en constante evolución, que claramente aportan mucho más que los meros libros impresos. Un nuevo aporte del que editoriales renombradas como Cambridge University Press ya se han dado cuenta y han llevado a la acción.
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