Share
La intención de un cliente a la hora de crear proyectos digitales, descrita de forma muy general, es que han de servirle para:
- Ganar dinero.
- Ahorrar dinero.
El problema es que la explicación de cómo se supone que vamos a conseguir alguna de estas dos cosas casi nunca está lo suficientemente clara.
Sea cual sea la forma en la que el cliente nos presente su idea, nosotros debemos tener en consideración que el contratar nuestros servicios al cliente le supondrá un desembolso económico.
Esta transacción económica entre el cliente y diseñador puede verse de dos modos:
- Gasto (del cliente) — Ingreso (del diseñador).
- Inversión (del cliente) — Ingreso (del diseñador).
Existe una tercera vía que supondría una inversión tanto del cliente como del diseñador en la que el diseñador rebaja su tarifa e invierte su tiempo, de modo que suponga una reducción en el precio del presupuesto, a cambio de publicidad, oportunidad de captar nuevos clientes, etc.
Este matiz existente en la percepción de gasto o inversión es primordial para que el cliente y el diseñador puedan medir el éxito de un proyecto.
Gasto o inversión, ¿por qué es importante?
La diferencia entre un gasto y una inversión es sencilla. Hacemos un gasto sin pretender nada más que adquirir un producto/servicio y disfrutar de él. La inversión, sin embargo, es un desembolso de dinero que hacemos con la intención de tener un retorno de ese dinero, también llamado ROI (Return Of Investiment, lo que antes definíamos como ganar dinero o ahorrar dinero).
El que nuestro cliente entienda el diseño como un simple gasto es un arma de doble filo. Todos los seres humanos hacemos gastos para satisfacer todo tipo de necesidades. Podemos comprar unas zapatillas de 120 € simplemente porque nos gustan; del mismo modo nuestro cliente estaría dispuesto a pagarnos X €, para que le hagamos una web que le guste o una plataforma que haga exactamente lo que diga, del modo en el que lo diga. Hasta aquí todo bien. Así los diseñadores nos sentimos cómodos (obviando las rabietas del “Make my logo bigger”). Nuestro trabajo acaba con la aceptación del cliente del diseño que le hemos presentado o colgando la web que nos había contratado.
El peligro viene cuando el cliente (que, como nosotros, también tiene aprecio por su dinero) se da cuenta de que sus gastos son demasiado elevados y decide recortar los que considera prescindibles. ¿Adivinas cuál es el primer gasto que se le ocurre como innecesario? Efectivamente, las zapatillas de 120 €. El trabajo de diseño, y lo que puede aportar a un negocio, muchas veces es entendido como un gasto “superfluo”.
Llegados a este punto toca tirar tarifas por el suelo, currar horas como animales a precio de risa, rastrear el mercado en busca de nuevas oportunidades…
¿Y si somos inversión?
El trabajo de diseñador pierde parte de su magia, se acaba el presentar un proyecto con una sonrisa y esa sensación de… ¿a qué mola? (pues molaba más con el logo en pequeño como la primera opción que te presenté). El mayor reto deja de ser que le guste a nuestro cliente, a nuestros colegas de trabajo, o a nosotros mismos. De repente tenemos la responsabilidad de que nuestro trabajo responda a unas expectativas cuantificables. El resultado de nuestro trabajo ya se puede medir, más allá de la escala de correcto o incorrecto, o la de mola mucho-poco-nada.
Personalmente me encanta que el resultado de mi trabajo sea palpable para mi cliente (o jefe) más allá de un simple visto bueno. Crear expectativas a las que podré responder con mi trabajo, con resultados claros e inequívocos (positivos o no), me permiten cuantificar mucho mejor el valor de mi esfuerzo. Dicho de otro modo, los retos “me ponen”.
En mi próxima entrega, intentaremos dar con un par de claves que nos permitan modificar la percepción que los clientes tienen de nuestro trabajo y la repercusión que podemos tener en su negocio.
Share